Joaquin S. Muntaner,
Chief Growth Officer
Rossana Dresdner
Gerenta de Asuntos Corporativos
Como nunca, hoy el futuro de la democracia y la gobernabilidad de las sociedades es algo incierto. A diario tenemos noticias desde distintas latitudes que nos sorprenden y dejan sin respuestas. En ese contexto, es más importante que nunca detectar señales que nos ayuden a proponer nuevos caminos para la democracia.
El sistema democrático es uno de los pilares que regulan la forma en que entendemos el mundo y nos relacionamos como ciudadanos y como sociedades. En los tiempos actuales, donde abunda lo complejo, lo incierto y lo volátil, se percibe la necesidad de un nuevo contrato social entre el ciudadano y el Estado, capaz de adaptarse al contexto mundial y a las nuevas formas de comunicación y participación ciudadana.
Es un hecho que la digitalización de nuestras vidas –acelerada por la pandemia – está redefiniendo nuestro ser ciudadano. La ola tecnológica que atraviesa los cuerpos sociales no puede ser obviada y la democracia no puede quedarse atrás con prácticas hoy poco funcionales. En un mundo nuevo, que se transforma permanentemente, las estructuras que sostienen las democracias deben adaptarse para sobrevivir.
Según el Internet World Stats, website sobre el uso de internet en el mundo, para marzo del 2021, de 660 millones de ciudadanos de Latinoamérica y el Caribe, 490 millones son usuarios activos de internet, Las cifras de otros continentes refrendan que se trata de un fenómeno mundial y exponencial. Junto al aumento del uso de internet, los ciudadanos han comenzado a empoderar su capacidad para participar, crear, opinar y debatir por diversos canales digitales. Hoy las personas ponen temas en discusión, gestan opinión y generan intercambios a escala, manifestando la necesidad de ser escuchados. La transformación de la democracia conlleva la reconversión del ciudadano hacia un “ciudadano digital”, que habita un nuevo espacio, y requiere más y nuevos derechos, deberes y libertades.
El ciudadano forma hoy parte de un nuevo ecosistema digital donde la relación ciudadano-estado se enmarca por la tecnología y un nuevo tipo de empoderamiento cívico que demanda mayor participación en la toma de decisiones.
¿Qué pasaría si en este nuevo ecosistema, definido por un nuevo contrato social basado en la tecnología, el ciudadano se vuelve central en la toma de decisiones? El motor de la democracia directa y de la gobernanza participativa es un ciudadano activo, involucrado en el proceso de toma de decisiones públicas, aportando su voz con iniciativas creativas de cambio, en pos del bienestar colectivo.
La transición de una democracia tradicional, hoy dificultada por compartimentos pocos funcionales para el dinamismo del mundo actual, hacia una democracia ágil, transparente, segura y participativa, es el camino que la ciudadanía requiere.
La democracia digital utiliza el voto electrónico y otros mecanismos remotos de consulta ciudadana como vehículos para conectar a la ciudadanía y al Estado, y dar voz y poder de decisión al ciudadano. Sin embargo, para ser efectivos, estos sistemas de participación digitales deben ofrecer certificación de altos estándares de seguridad y transparencia.
Hoy vemos cómo diferentes herramientas tecnológicas están moldeando las futuras democracias y sistemas de gobernanza. Debemos analizar cómo se comportan y monitorearlas, para poder definir las más idóneas. Pero tenemos la obligación de asumir e implementar estos cambios si es que creemos que la democracia, el sistema mediante el cual las decisiones colectivas se adoptan por las mayorías mediante mecanismos de participación, directa o indirecta, sigue siendo la forma de construir colectivamente el futuro.
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